Hace algunos días encontré a mi madre sentada en el sofá con un álbum repleto de fotos (en papel y hechas con cámara analógica, como siempre se había hecho). La vi tan entretenida que me senté a su lado y sin darme cuenta eché el tiempo atrás hasta la época más idílica de casi todas las personas, su infancia. Me sumergí entre las fotos como si entrara en una máquina mágica. Salía bien en todas oye, y si no salía bien al menos era graciosa. Una de mis preferidas es esta, con 2 añitos:
Ahora? Aunque me haga 237 fotos siempre salgo con la misma cara de panoli o con los ojos cerrados. Nada, que he perdido la fotogenia por el camino sin darme cuenta... Pero no solo salía yo bien en las fotos sino que tod@s salíamos lindos.En aquellos años sí que éramos felices con nada, donde una de las mayores preocupaciones era no quedarte la última cuando elegían a los componentes del equipo de volleyball. Saber que llevabas sándwich de Nocilla para almorzar era lo mejor de la mañana. Y la peor noticia que podías recibir era que ni los Reyes ni el ratón Pérez existían! Hey, que yo me quedaba hasta que el sueño se apoderaba de mí por si aparecía el famoso ratón, y eso que tengo mucho asco a las ratas! Y cuando venía Navidad? Ahora de adulto la mejor noche es la de Año Nuevo para muchos pero, de pequeños, era la de los Reyes Magos sin duda! Tú ibas a besar a Baltasar y de decías a ti misma: “¡Como mola este tío, yo quiero una boina dorada igual. Y la capa, buah, ni la de Superman!”. Terminabas de besarlo y te ibas tan contenta, con la cara pintada de negro y... ni te dabas cuenta de que el color de su cara era falso. Ahora? Te hacen un rayajo de 0.01mm de grosor en tu coche y lo ves! Tu madre lamía el pañuelo y, con cuatro golpes que te dejaban las mejillas como las de Heidi, te quitaba la pintura. ¡Y no nos quejábamos eh! Ahora nos hacen eso y lo más suave que sale de nuestra boca sería un: “ Qué haces asquerosa? Aparta!”.
Recuerdo que me pasaba los veranos jugando en el parque que había al lado de mi casa. Mi madre me hacía la cena y, yo y bocata de longanizas, nos íbamos a jugar. Comenzaba la primera ronda del escondite y tu bocadillo tenía 5 longanizas. A la segunda ronda solo te quedaban 2. Y la tercera ronda la hacías parar para que todo el mundo buscara tus longanizas. Cuando te encontrabas una la volvías a poner dentro del pan ya llevara fango o pelos pegados, te daba igual, era tu longaniza! Yo me he pasado desde los 4 a los 9 años comiendo pan con... con pan. Ahora vemos un pelo encima de la mesa de un restaurante y les ponemos una reclamación.
Daba igual que pasara un huracán que un tifón, nosotros seguíamos jugando como si la cosa no fuera con nosotros.Y lo fácil que era decirle a un chico que te gustaba? Escribías un corazón de tiza en la pizarra con vuestros dos nombres y el chico en cuestión ya se daba por aludido. No había mentiras por medio y, si discutías con él, era porque te había dejado sin pastelina rosa y no podías terminar el brazo de tu muñeco.
Sí, aquellos eran unos años maravillosos, pero si esta máquina mágica del tiempo se rompiera y me quedara en la infancia para siempre no tendría grandes batallas que contar, no habría aprendido todo lo que hasta ahora he aprendido y me queda por aprender, pero sobretodo, no conocería a los amigos y amigas que he ido incluyendo en mi corazón durante este tiempo.Mejor me quedo con 22 años y todos estos recuerdos, sin olvidar que ver las cosas como las vería un peque hace que todo sea mucho más fácil.
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